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Su amiga Victoria Ocampo, casi una década mayor y educada de la misma manera, con quien compartió, si no las ideas políticas, los paradigmas del gusto literario, estaba escribiendo, por la misma época de la publicación de Mundo, mi casa y de La vida cotidiana,3 una autobiografía mucho más exuberante, donde lo reservado no atañe tanto a los sentimientos expuestos de la protagonista, cuanto a la privacidad de terceras personas aludidas por ellos.4 Esta preocupación fue decisiva en el relato que ahora nos ocupa,5 aunque no termine de explicar el hermetismo de la narradora en ciertos aspectos de la intimidad. Pero esas vacilaciones, esa lucha interna de la niña que se debate con los propios mandatos introyectados de clase y género, hacen sin duda a estas memorias más verosímiles y más conmovedoras. (Lojo, 2003) 3 En el segundo tomo, de manera concordante con la transformación de la autobiografiada en una mujer joven, y también con cierta liberalización de las costumbres y la introducción del psicoanálisis (Oliver 1969, 199), el tema sexual surge con mayor frecuencia, aunque los sentimientos de la narradora/narrada siguen siendo una materia elusiva. 4 "Monseñor Eugenio Guasta conoció los borradores iniciales de estas memorias. .- es inherente a los pueblos de su raza, para corroborar un testimonio que contribuía a sacarlo de un error molesto, y a la vez en disculpa de los vecinos de la callejuela napolitana y de los campesinos suecos, nos contó, ahí mismo, que el peor olor de su vida lo había tomado en la calle principal de Heidelberg, al pasar junto a la claraboya del sótano de un palacio ducal cuyo dueño, no sólo por lo visto, seguía el consejo de lavar en casa la ropa sucia."